Hugo Zapata, el escultor colombiano que despertó a las piedras

Murió uno de los grandes. De esos que no hacen ruido, pero dejan grietas irreparables en la memoria sensible de un país anestesiado. El 3 de junio de 2025 falleció en Medellín, Colombia, Hugo Zapata: arquitecto, artista plástico, escultor y docente, maestro de generaciones, explorador incansable de las formas de la tierra. Tenía 80 años. Y con él, se va un lenguaje que ya nadie escucha: el de las piedras.

Colombiano de nacimiento y de espíritu, Zapata fue una de las figuras más importantes del arte latinoamericano contemporáneo. Su legado trasciende la escultura: encarna una forma radical de estar en el mundo, de pensar la materia, de habitar el territorio con dignidad.

No hacía arte. Hacía liturgia.

En un país que premia el grito y olvida la raíz, Hugo Zapata fue siempre contracorriente. Mientras el arte contemporáneo caía en la trampa del espectáculo o de la ironía sin alma, él persistía en lo esencial: en el peso, la forma, la textura, la duración. Zapata no esculpía para complacer, ni para provocar. Es su obra la que provocaba al mundo.

Para él, una piedra no era un objeto muerto. Era una compañera de viaje. Un fósil de memorias enterradas. Un secreto geológico que merecía ser despertado con cuidado, sin violencia, sin pretensión.

Sus esculturas no eran intervenciones. Eran diálogos. Pactos. Excavaciones en el tiempo.

La piedra como política

Zapata entendió lo que muchos intelectuales niegan: que el arte, cuando es verdadero, es profundamente político. No por panfleto, sino por ética. Por resistencia. Por anclaje. Mientras la academia celebraba los discursos decoloniales en conferencias sin tierra bajo las uñas, él ya llevaba décadas honrando la materia originaria de Abya Yala: la piedra madre.

Trabajar con lutita negra, mármol oxidado o pórfido andino no era una decisión estética. Era una declaración de principios. Un acto de pertenencia. Un modo de rechazar la lógica extractivista que convierte las montañas en escombros y los cuerpos en cifras. Zapata invertía el proceso: devolvía la dignidad a lo que el capital había descartado.

Un maestro sin pedestal

Zapata nunca pidió homenajes. No los necesitaba. Su taller en El Retiro, en las montañas antioqueñas, fue su templo, su trinchera, su escuela silenciosa. Pero también fue maestro institucional: fue docente y cofundador del programa de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Allí no solo enseñó técnicas, sino una ética. Una forma de observar la materia con reverencia, de esculpir con escucha, de enseñar sin domesticar.

Su mayor legado no está en los museos ni en las condecoraciones. Está en los ojos de quienes aprendieron a mirar la tierra con otros ojos. En quienes entendieron que la forma no nace del capricho, sino del respeto por lo ancestral.

Contra el olvido

Colombia tiene la costumbre perversa de enterrar a sus sabios dos veces: una al morir, otra al olvidar. Con Hugo Zapata, no lo permitiremos. Porque sus obras están vivas. Vibran. Respiran. Desafían.

Sus portales en el aeropuerto internacional de Rionegro no son decoraciones: son umbrales para una conciencia distinta. Sus fuentes en Medellín no son mobiliario urbano: son ceremonias interrumpidas. Y sus estelas, repartidas por universidades, plazas y espacios públicos, son los fósiles activos de una civilización que aún resiste, aunque nadie la vea.

Lo que queda

Lo que queda no es solo su obra. Es su forma de estar en el mundo. Su humildad mineral. Su mística sin dogma. Su manera de recordarnos que, bajo el concreto y el cinismo, todavía hay tierra. Todavía hay memoria. Todavía hay origen.

Que tu martillo, Hugo, siga golpeando desde lo invisible. Que tus piedras sigan hablando por todos nosotros. Porque en un continente que a veces parece de humo, tú fuiste roca.

Y esa roca no se quiebra.
Se siembra.

G.S.

Similar Posts

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *