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Leyva, el Judas de la paz: autopsia de una traición política

Durante años, Álvaro Leyva construyó una imagen de mediador, de diplomático de la paz, de puente entre las instituciones y la historia. Pero cuando cambiaron los vientos, el hombre se convirtió en serpiente. Su abandono espectacular del gobierno Petro no es una simple diferencia de opinión: es una traición pura, fría y calculada. Una traición de Estado, camuflada bajo el barniz de una moral hipócrita. No es solo a Petro a quien traiciona. Es la memoria de miles de muertos que creyeron en una paz justa. Es la esperanza de un pueblo que, una vez más, ve cómo los aliados de ayer pactan con los verdugos de hoy.

Una carrera de hipocresía disfrazada de integridad

Álvaro Leyva Durán, figura gris de los pasillos del poder, siempre supo navegar entre los poderes, los conflictos y los privilegios. Conservador arrepentido, autoproclamado artesano de la paz, se impuso como uno de los rostros tranquilizadores del proyecto Petro, encargado de ofrecer garantías a las cancillerías internacionales, a la ONU, a Estados Unidos.

Pero detrás de esta fachada, Leyva nunca rompió con su clase. La de las élites patricias, los tecnócratas de la moderación, aquellos que hablan de paz como de un producto diplomático, siempre que no sacuda los cimientos del poder.

Cuando Petro comenzó a incomodar, a tocar los privilegios, a denunciar las mafias políticas, financieras y mediáticas, Leyva retrocedió. Y cuando los ataques contra el gobierno se intensificaron, clavó un cuchillo en la espalda de quien le había tendido la mano.

Un silencio cómplice, una huida estratégica

Suspendido por un escándalo en torno a la licitación de pasaportes -inflado por los enemigos de la reforma-, Leyva podría haber denunciado la instrumentalización política. Podría haber defendido la legitimidad del gobierno. Prefirió callar. Luego distanciarse. Luego humillar.

Rechazó asistir a la ceremonia de traspaso. Emitió declaraciones insinuando un colapso moral del Estado. Dio entrevistas vagas pero venenosas a los medios del poder. Su retirada no fue discreta: fue escenificada en las páginas de la prensa enemiga, aplaudida por los editorialistas que vomitan a Petro cada mañana. Una operación política disfrazada de crisis de conciencia. Leyva no solo abandonó el barco: lo torpedeó desde dentro, justo cuando Colombia necesitaba a todos sus defensores.

Detrás de la máscara: Leyva, el verdadero rostro del bloque reaccionario

No nos engañemos. Leyva no se posiciona “por principios” contra Petro. No denuncia una “deriva autoritaria”. Ese discurso es una mentira. Lo que no tolera es la ruptura. Lo que combate es la irrupción del pueblo en los círculos del poder. Lo que traiciona es la promesa de transformar por fin una Colombia basada en la injusticia.

Al rechazar a Petro, Leyva se suma de hecho al bloque reaccionario: Uribe, Gaviria, Char, Sarmiento Angulo, los tecnócratas de la Procuraduría, los grandes grupos mediáticos, los “moderados” del statu quo. Todos unidos en el mismo miedo: el de un pueblo que se atreve a exigir lo que le corresponde. Su postura de retirada razonada fue celebrada en los pasillos de las embajadas. Paz, sí, pero solo la que sirva a los mercados.

¿Paz? No: gestión de la paz

Se le presentó como un “padre de los acuerdos de La Habana”. Pero Leyva nunca entendió la paz como un proyecto revolucionario. La vio como un amortiguador. Como un mecanismo de control. Lo que él quería era desarmar a los rebeldes sin tocar nunca las raíces del conflicto: la concentración de tierras, la impunidad de las élites, la pobreza estructural, el racismo institucional.

“Dedicaré mi vida a la paz”, declaró en 2016. Hoy, le da la espalda a la paz cuando esta se convierte en un acto de justicia social. Al oponerse a la paz total defendida por Petro, Leyva demuestra que nunca quiso la paz del pueblo. Quiso la paz de los salones, la paz del silencio, la paz rentable de los gobiernos neoliberales. No defendía a las víctimas. Protegía a los culpables.

La política de los cobardes: golpear y huir

Leyva es de esos hombres que apuñalan en la sombra y luego fingen rezar por la paz. Es el símbolo perfecto de esa Colombia hipócrita, gobernada por el miedo al cambio. Habla de principios, pero su silencio ante las masacres, su ausencia frente a la agresión judicial contra el gobierno, su negativa a asumir responsabilidades -todo eso lo convierte en cómplice objetivo de la contraofensiva oligárquica.

No es una renuncia, es una deserción. No es un desacuerdo, es un sabotaje. Al retirarse sin honor, Leyva ofreció en bandeja la imagen de un gobierno dividido, debilitó el proyecto de paz total, reforzó los discursos de la oposición y alimentó el argumentario de las cancillerías hostiles.

La traición, una vez más

Gustavo Petro tiene en contra a todas las fuerzas del pasado. Álvaro Leyva debía ser un aliado, un puente, una garantía. Se convirtió en uno de sus peores enemigos. No por la fuerza. Por la astucia. Por la duplicidad. Por esa capacidad de algunos de envolverse en la dignidad para mejor defender lo indefendible.

Leyva no es un hombre de Estado. Es un sepulturero de la historia. Un traidor al servicio de los poderosos. Una víbora en el jardín de la paz…

G.S.

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