Victoria popular: Gustavo Petro firma la reforma laboral
Un giro histórico para la Colombia social
Colombia acaba de pasar una página. Ayer, Gustavo Petro firmó la primera gran reforma laboral del siglo XXI. Una reforma arrancada del silencio, de la arrogancia, de la oligarquía. Una victoria popular sin precedentes.
Lo logró. A pesar de los bloqueos, de las traiciones, del sabotaje sistemático por parte de una élite política aferrada a sus privilegios, Gustavo Petro estampó su firma en la nueva reforma laboral. Este momento marca una ruptura histórica en un país donde el derecho laboral había sido moldeado durante décadas al servicio de los intereses patronales, las multinacionales y la precariedad.
Jamás, desde la Constitución del 91, una reforma laboral había encarnado una transformación social tan profunda. Desde el Código del Trabajo concebido bajo regímenes autoritarios, ningún gobierno se había atrevido a desmontar la arquitectura legal de la explotación. La precariedad no era un accidente. Era un proyecto. Era la norma, celosamente protegida por leyes injustas y jueces cómplices.
Lo que cambia la reforma
Por fin, las trabajadoras del hogar, los empleados y empleadas de la logística, los domiciliarios en moto, las cajeras, los conductores de bus, los guardias de seguridad, los campesinos invisibilizados podrán acceder a contratos dignos, protección frente al despido arbitrario, derecho a vacaciones pagadas, licencia de maternidad y desconexión. Las jornadas nocturnas vuelven a ser lo que eran: horas recargadas, reconocidas, respetuosas de la salud. El trabajo dominical, banalizado en nombre del lucro, vuelve a valorarse como corresponde.
El jornalero de la bananera, la madre soltera que limpia casas ajenas, el joven que reparte comida bajo la lluvia en Medellín, el vigilante que duerme dos horas en una silla plástica antes de su siguiente turno: para ellos, este texto es un acto de reconocimiento. Por fin.
Un acto de justicia, no de revancha
Contrario a lo que repiten los editoriales de los grandes medios, esta reforma no es una venganza ideológica: es una reparación histórica. No castiga a nadie, protege. No discrimina a ningún empleador, responsabiliza. No destruye la economía, la humaniza. No responde a un dogma, escucha a una sociedad.
Un golpe rotundo a la casta política
Las figuras que intentaron asfixiar la reforma deberían esconderse de la vergüenza. Angélica Lozano, David Luna, María Fernanda Cabal, Andrés Forero, Roy Barreras: todos maniobraron para impedir este avance, por intereses electorales o por connivencia con los poderosos. Su fracaso es total. Su hipocresía, evidente. Sus máscaras, caídas.
Ganó el pueblo. También la democracia.
Porque esta victoria es de las urnas, pero también de la movilización. El 18 de marzo, cientos de miles de colombianos salieron a las calles a defender este proyecto. La presión popular no cesó. Forzó a las instituciones a escuchar. No fue un hombre solo quien impuso una reforma: fue un pueblo quien la exigió. El presidente Petro fue apenas el canal legítimo de una voluntad mayoritaria.
¿Y ahora qué?
Ahora toca aplicar. Vigilar. Evaluar. Seguir luchando para que esta reforma no se quede en letra muerta. Habrá que controlar a los empleadores reacios, reforzar las inspecciones laborales, formar jueces laborales, apoyar a los sindicatos.
Pero hoy, podemos respirar.
Hoy, podemos decir: Colombia ha cruzado un umbral.
Un país que comienza a respetar a quienes lo construyen día tras día, en la sombra, con sudor, con dignidad.
G.S.