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Efraín Cepeda: la máscara democrática de un saboteador institucional

Bajo la apariencia pulida de un senador moderado y defensor de la República, Efraín Cepeda dirige una oposición persistente y metódica contra las reformas sociales del gobierno Petro. Este retrato revela el papel estructural de Cepeda en el mantenimiento del sistema oligárquico colombiano, disfrazado con ropajes de institucionalismo bienpensante.

I. Introducción

Actual presidente del Senado, Efraín Cepeda es presentado por los medios como una figura de continuidad, un profesional del diálogo, un hombre de experiencia preocupado por la estabilidad democrática. Pero esa imagen pulida no resiste un análisis riguroso de sus actos. Cepeda encarna un poder parlamentario fosilizado, alineado desde hace décadas con los intereses de una clase dirigente reacia a cualquier redistribución. Tras su tono moderado y su lenguaje medido, despliega una estrategia de sabotaje parlamentario orientada a neutralizar cualquier intento de transformación social. Este artículo tiene como objetivo romper el barniz: Cepeda no es el guardián de las instituciones, es su carcelero.

II. El senador de las élites

Originario de Barranquilla, Efraín Cepeda forma parte de esa oligarquía política que, desde finales del siglo XIX, mantiene cerradas las instituciones en beneficio de las clases dominantes. Su familia está vinculada al empresariado, y su trayectoria lo sitúa en el cruce entre la economía rentista, el clientelismo político y la alta función pública. Como dirigente del Partido Conservador, Cepeda nunca ha ocultado su lealtad a los intereses de las EPS, los fondos privados de pensiones (Asofondos) y las grandes empresas.

Votó en contra de la reforma tributaria que buscaba imponer más a los más ricos y se opuso a cualquier medida que afectara los privilegios fiscales de las multinacionales. En el sector salud, es uno de los defensores más fervientes del modelo EPS, incluso en medio del colapso sistémico del sector. Habla de eficiencia, pero defiende una ineficiencia privatizada. Cepeda es el vocero de una Colombia económica que prospera sobre la desigualdad.

III. Maniobras contra las reformas de Petro

Desde julio de 2022, cada gran reforma social presentada por el gobierno de Petro ha encontrado la obstrucción directa o indirecta de Cepeda. Nunca se opone frontalmente, pero utiliza un arsenal de maniobras dilatorias: convocatorias tardías de las comisiones, multiplicación de audiencias deliberadamente innecesarias, dispersión de los textos, dilaciones calculadas. Durante el debate sobre la reforma a la salud, calificó el proyecto como “confuso y centralizador”, mientras se negaba a proponer una alternativa realista para corregir un sistema ya en quiebra.

Respecto a la reforma laboral, denuncia un modelo “rígido e ideológico”, acusando a Petro de querer “cubaninzar” la economía. Pero los hechos son claros: más del 58% de los trabajadores colombianos están en la informalidad, sin contrato, sin jubilación, sin protección. Cepeda habla de flexibilidad, pero defiende una flexibilidad que mata. Su cargo como presidente del Senado se convierte así en un puesto de mando de la parálisis.

IV. Retórica del miedo y doble discurso

Cepeda se envuelve constantemente en los valores de la democracia parlamentaria para justificar su inmovilismo. Afirma que Petro quiere saltarse el Congreso, gobernar desde la calle, imponer reformas sin debate mediante la presión social. Sin embargo, los proyectos de ley son discutidos, enmendados y radicados conforme a la legalidad. Aun así, pinta cada movilización popular como una amenaza, cada alocución presidencial como un abuso de poder, cada iniciativa ministerial como un atentado contra la separación de poderes.

En 2024 llegó a declarar que “nunca el Senado había estado tan amenazado”. Una afirmación grotesca si se recuerda que durante el uribismo los paramilitares literalmente redactaban leyes entre bastidores. Cepeda blande la Constitución como escudo para desviar las reglas del juego. Su doble discurso es permanente: defiende el orden, pero sabotea cualquier intento de volverlo justo.

V. El barniz se agrieta: contradicciones y cobardías

Cuando aumenta la presión popular, Cepeda clama por la calma. Invita al diálogo, pide escucha. Pero en cuanto pasa la tormenta mediática, retoma su juego obstruccionista. Se dice partidario de la paz, pero nunca apoyó los Acuerdos de La Habana. Habla de participación ciudadana, pero desacredita las audiencias públicas si estas critican a su sector. Promueve el pluralismo, pero reduce los derechos de las minorías a concesiones simbólicas.

Efraín Cepeda no tiene un proyecto político: es un metrónomo de la inercia. Su habilidad no es la del estratega, sino la del gestor de resistencias. Cultiva la ambigüedad como un arma. Sus gestos son lentos, pero sus efectos devastadores: una reforma postergada, una esperanza enterrada, un pueblo decepcionado.

VI. Conclusión: hay que nombrar a los saboteadores

Durante demasiado tiempo, las figuras del poder conservador han gozado de una aura de respetabilidad. Pero el sabotaje político no siempre se ejecuta con fusiles. También se lleva a cabo en los salones acolchados del Congreso, mediante votos enterrados, leyes vaciadas de contenido, agendas obstruidas. Efraín Cepeda es el rostro aceptable de una oligarquía inaceptable. Es el diplomático del bloqueo, el ingeniero de la parálisis, el notario de la injusticia.

Su lucha no es contra la ilegalidad, sino contra el cambio. No protege la democracia, protege el privilegio. Y precisamente este tipo de poder tecnocrático, aparentemente moderado, hay que nombrarlo, aislarlo y desmitificarlo. Efraín Cepeda ya no puede esconderse tras la institución: es tanto su rehén como su arquitecto. Es hora de arrancar el telón…

G.S.

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