Kepa Amuchástegui, la voz eterna del teatro colombiano

El escenario se oscureció, cayó el telón. Kepa Amuchástegui, actor, maestro, pilar de la cultura colombiana, ha partido. Pero su ausencia no marca un final: inaugura una leyenda. Porque las grandes almas no mueren, permanecen en la memoria, en las voces, en las miradas que transformaron para siempre.

La elegancia de un gigante discreto

Nacido en Bogotá en 1940, Kepa Amuchástegui nunca buscó la luz, la luz venía a él. Formado en el Old Vic Theatre de Londres, pudo haber construido una carrera internacional. Prefirió volver al país, convencido de que el arte debía alimentar las raíces. Durante más de cinco décadas, hizo del teatro colombiano un espacio de verdad, belleza y exigencia.

Su voz grave y serena, su porte altivo, su mirada penetrante, todo en él inspiraba respeto. Tenía esa nobleza rara de los hombres que no interpretan un papel: son. En escena y en la vida, Kepa encarnaba la integridad.

Un repertorio universal al servicio de un país

Shakespeare, Chéjov, García Lorca, Ibsen, Molière… ningún clásico le fue ajeno. Pero más aún, supo dar vida a dramaturgos colombianos, a poetas del margen, a relatos olvidados de un país herido. Como director, no imponía: revelaba. Como formador, no dictaba: acompañaba.

En la televisión, marcó generaciones con papeles inolvidables en La Casa de las Dos Palmas, La Mujer del Presidente, El Encanto del Águila, o La Tormenta. Cada aparición de Kepa en pantalla era un acontecimiento. Le ponía la misma rigurosidad que al teatro, sin concesiones ni artificios.

Un hombre de pie, fiel a sus principios

Kepa Amuchástegui no concebía su oficio como una búsqueda de fama, sino como un deber. Creía en el poder de la cultura como herramienta de transformación social. Rechazó proyectos comerciales para defender el teatro independiente, y apoyó hasta el final a los grupos jóvenes, a las iniciativas educativas, a las causas que dan sentido al arte.

También escribía: obras, ensayos, reflexiones sobre el oficio del actor. Con cada palabra, construía un pensamiento profundo del teatro como espejo de la condición humana. Defendía un teatro que piensa, que incomoda, que despierta.

Un monumento vivo convertido en memoria nacional

Su muerte deja un vacío que nadie podrá llenar. Porque Kepa no era solo un gran actor, era una brújula moral. Llevaba en sí la memoria de lo más sagrado del teatro: su capacidad de tocar el alma y restaurar lo humano. Su influencia va más allá de las tablas: riega la conciencia artística de Colombia.

En cada escuela de teatro, en cada grupo itinerante, en cada voz que busca la verdad, hay ya un poco de Kepa. Se ha vuelto patrimonio vivo, arraigado en nuestra memoria colectiva.

Descansa en paz, maestro

Que la tierra colombiana, que tanto amaste y serviste, te sea leve. Sembraste en ella elegancia, dignidad y luz. Y te lo prometemos, tu obra no caerá en el olvido. Seguirá viva en cada telón que se abre, en cada texto dicho con fe, en cada silencio habitado por el sentido.

Gracias, Kepa. Por siempre, maestro...

G.S.

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